Hágase tu voluntad
Caminando por el callejón de la demencia, fue sorprendida. Ella no quería estar alli, y llego por medio de caminos que nunca quiso recorrer. No fue su culpa, pues solo buscaba una salida. Pero se adentraba más y más en lo desconocido, hasta que una fuerza extraña le hizo sentir frio. El viento alborotó sus cabellos y levantó su falda suavemente, haciendo rozar la tela entre sus piernas. Las luces se apagaron, y el silencio reinó en ese espacio. Sintió vagamente como un par de manos sujetaron las suyas contra una pared. Aunque esos dedos la sorprendieron y agarraban con fuerza sus muñecas, ella apenas lo sintió. Solo supo que debia dejarse llevar; resignandose a no luchar contra su sublime e inexistente atacante. Sin saber como ni cuando, su espalda tocó el suelo, frio cual hielo, y su falda comenzó a bajarse. Cerró los ojos mientras los botones de su blusa rebotaron contra las paredes de piedra. No intentó tocarlo, pues sabía exactamente quien era, y no iba a poder evitar lo siguiente. Sus piernas se abrieron lentamente, y un testigo habria dicho que se suavizaron por voluntad propia. Ella besaba el aire y secaba de su cara los rastros de DOLOR que por alli se deslizaban. Sintió humedad en sus senos, como si siete lenguas se deleitaran con su piel, con su desnudez y con su locura. Otras siete manos la tocaron, abrazaron su espalda con pasión; las bocas morieron sus muslos y lamieron su entrepierna. Ella solo se preguntaba el porqué de tanta verguenza, tanto abuso, tanto vigor, tanto placer, tanta tortura. Se sintió como la muñeca de sus propios demonios. Los siete la penetraron profundamente, pero al menos sus labios no fueron tocados. No, sus labios estaban reservados para el amor. Sintió la DOLOROSA penetracion en su parte más sensible, junto con los rastros de humedad roja entre sus piernas. El DOLOR se movia vigorosamente dentro de ella, pero no se quejó. Sabía que si lo hacía, seria peor, pues asi funciona la piedad. Él (o eso) no gemía, no reía, no respiraba. Su cuerpo se movia a un ritmo cada vez mas rapido y violento, y en el cerebro de la inocente, solo golpeaban gritos pidiendo que todo terminara, provocando el eco con las paredes de sus neuronas, expresado en una sensual voz que murburaba que nunca terminara. Su espalda golpeaba contra el piso cada vez mas rapido, hasta que todo se detuvo repentinamente. Abrió los ojos y la iluminación del callejón habia vuelto a la normalidad. Su cuerpo estaba vestido de nuevo, y su espalda y muslos estaban adoloridos. Se paró y continuó caminando. Por el callejón de la demencia. Violada. Por su propio dolor.